LA
SANA DOCTRINA DE CRISTO TE ENSEÑA A OBEDECER
(Hebreos
5:7,8) “7 Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con
gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de
su temor reverente. 8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la
obediencia”.
El versículo citado habla de la
superioridad del sacerdocio del Señor Jesucristo.
Como indica la sagrada escritura, (Hebreos 5:1) “Porque todo sumo
sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en
lo que a Dios se refiere, para que
presente ofrendas y sacrificios por los pecados”. Nuestro amado Señor Jesús
debió hacerse uno de nosotros para poder cumplir con el objetivo divino de
transformarse en el gran sumo sacerdote,
cuya actividad final es interceder por nosotros ante el trono de la justicia de
Dios. Lo sorprendente del pasaje que estamos analizando, es que Cristo,
Dios hecho carne habitó entre nosotros y aunque era Hijo, aprendió la obediencia,
en medio de ruegos, suplicas, clamor y lágrimas.
Y no solo eso, sino que la propia
escritura se encarga de ratificar que nuestro amado Salvador se hizo obediente
hasta la cruz: (Filipenses 2:8) “y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz”.
Respecto
a Cristo como maestro de obediencia, entre todas sus
enseñanzas relacionadas en la Doctrina de Cristo, nos deja una de las lecciones
más ilustrativas, y es aquella que habla de la relación que se establece entre la experiencia y consejos del Maestro
supremo y la del discípulo aprendiz, quien es ordenado a someterse
voluntariamente a los designios y gobierno del Soberano.
La Palabra de Dios dice: (Mateo 11:29) “Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Este simple ejemplo, nos habla de lo
que ocurre entre dos bueyes que se unen bajo un yugo para permitir duplicar la
fuerza y consistencia, ante tan ardua labor de llevar el arado para abrir
surcos que recibirán la semilla.
Cuando un buey nuevo se enyuga con
otro más viejo, tendrá tarde o temprano, que someterse a la frecuencia,
agilidad y movimientos de quien tiene la experiencia para gobernar y conducir
el arado y aprenderá a hacer los surcos derechos. El buey nuevo sufrirá
dolores, cansancio o incomodidades, hasta que definitivamente se rinda a lo que
el buey viejo determine que se debe de hacer en la preparación de la tierra.
Así también nosotros, desde que
fuimos llamados a ser discípulos del Señor, fuimos puestos bajo el yugo de
Cristo y nuestro destino es aprender la obediencia; la misma experiencia que
tuvo que cruzar el propio Salvador.
La Doctrina de Cristo nos enseña a
través del apóstol Pedro: (1 Pedro 1:2)
“elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu,
para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean
multiplicadas”.
El tema de la obediencia es uno de
los más relevantes para todo ser humano; desde que se es muy pequeño, la voz de
la madre se hace incesante respecto al llamado imperativo a la obediencia.
Durante la juventud se hace clara la continua exhortación para obedecer y ya en
plena edad adulta también se presenta el desafío de la obediencia.
Todo el recorrido de la vida del
hombre se transforma en una prueba constante con la obediencia. Pero bien
sabemos que todos los hombres somos pecadores y que la obediencia hacia lo
bueno o hacia lo que Dios enseña, no está en nuestra naturaleza. Somos desde
que nacimos desobedientes y no tenemos la voluntad natural para obedecer. La Palabra
de Dios dice: (Romanos 3:10.18) “10 Como está escrito: No hay justo, ni
aun uno; 11 No hay quien entienda.
No hay quien busque a Dios. 12 Todos
se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno. 13 Sepulcro abierto es
su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios;
14 Su boca está llena de maldición y
de amargura. 15 Sus pies se
apresuran para derramar sangre; 16 Quebranto
y desventura hay en sus caminos; 17 Y
no conocieron camino de paz. 18 No
hay temor de Dios delante de sus ojos”.
Ante tan triste y oscuro diagnóstico
que la Palabra hace al hombre, aparece la hermosa voz de la Doctrina de Cristo,
que de manera extraordinaria nos enseña la bendita posibilidad de dejar de ser
por naturaleza hijos de desobediencia, y por gracia ser transformados en hijos
de Dios. (Efesios 2:1-6) “1 Y él os dio vida a vosotros, cuando
estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente
de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que
ahora opera en los hijos de desobediencia, 3
entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos
por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que
nos amó, 5 aun estando nosotros
muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois
salvos), 6 y juntamente con él nos
resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo
Jesús”.
La Palabra de Dios es clara y
precisa en declarar que el amor, la gracia y misericordia de Dios, permiten al
hombre muerto en delitos y pecados, renacer para una nueva vida en Cristo
Jesús, dejando así la esclavitud de la desobediencia y para llevarnos hacia una
nueva servidumbre obediente a la justicia (Romanos
6)
No obstante, la Palabra de Dios
también nos advierte que, si bien los creyentes somos nueva creación en Cristo,
el pecado sigue morando en nuestros miembros, por lo tanto, la vida del hijo de
Dios, se transforma en una continua lucha entre el nuevo y viejo hombre, entre
la naturaleza caída de Adán y la nueva en Cristo, entre la obediencia y la
desobediencia.
La Sana Doctrina de Cristo nos
enseña a través del apóstol Pablo en los Romanos: (Romanos 7:15-17) “Porque lo
que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco,
eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De
manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí”
Esta Palabra es una declaración
honesta y clara de un verdadero y genuino creyente, en la Doctrina de Cristo que
reconoce que su vida es parte de una continua lucha entre obedecer a Dios o a
la naturaleza carnal que reclama su primitivo lugar.
La obediencia es el gran desafío del
creyente, es vivir una vida en obediencia a la palabra de Dios. Cuando un hijo
de Dios está obedeciendo, se muestra alegre, dichoso, motivado y fortalecido, más
cuando está en desobediencia, ocurre absolutamente lo contrario. La vida del
creyente en desobediencia es triste, desmotivada y débil.
Pero, si sabemos este diagnóstico,
pronóstico y cura de este mal ¿Por qué nos cuesta tanto obedecer? Nunca he
conocido un creyente que diga que obedecer es una tarea fácil y de continua
práctica. Por lo general, todos los cristianos declaramos solemnemente que nos
cuesta obedecer y agradar a Dios en todo; de ahí que se transforma en un gran
desafío cuyo único motor competente es el Espíritu Santo que Dios ha hecho
morar en nosotros.
Ya
habíamos analizado el pasaje de Hebreos 5 que se complementa perfectamente con
el de Filipenses 2, donde se declara la propia experiencia del Señor Jesús
respecto a la obediencia. La Palabra de Dios presenta a la
obediencia como el producto que emerge en medio de las súplicas, el clamor y
las lágrimas. Así lo dice el texto de
hebreos frente al excelso ejemplo de nuestro Señor Jesús. La magnitud de las súplicas, clamor o
lágrimas que el Señor Jesucristo derramó en su camino a la cruz y que le
permitió experimentar la plenitud de la obediencia, es un asunto que no podemos
dimensionar. No obstante, sí es un enorme ejemplo para seguir sus pisadas.
Todos
sabemos muy bien las áreas de nuestra vida que están en desobediencia a lo que
Dios dice en su Palabra. Aún como creyentes, podemos ocultar
aquellas falencias o debilidades, pero tarde o temprano, tendremos que
comparecer cara a cara con las demandas de la obediencia.
El caminar en obediencia, es un
tránsito pedregoso y cansador que anula la antigua naturaleza y las exigencia
de un mundo opositor e incrédulo que aborrece a Dios y a su Palabra, sin embargo,
el hijo de Dios deber perseverar en aquella vía cuyo sentido inverso, intenta
constantemente desviarle del destino final. A pesar de esta ardua tarea y demanda, la corona de esta lucha diaria
es la perfecta comunión con El Señor y el gozo de ser un hijo de Dios.
El escoger obedecer, muchas veces se
transformará en una fabrica de clamor, de súplicas y de lágrimas que declaran
tenazmente cárcel para el viejo hombre y sus pasiones, y libertad para la nueva
criatura en Cristo.
A
diferencia del falso evangelio de la oferta barata y de liquidación religiosa
que se muestra en estos tiempos de apostasía, la Palabra de Dios presenta al
Señor Jesús dejando una tremenda demanda, cuya invitación es justamente hacia
aquella caminata de la obediencia y que pocos han iniciado:
(Lucas 9:23) “Y decía a todos: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame”
La negación de sí mismo, no es sino
renunciar a nuestro propio ego y sus reclamos. Es crucificar al viejo hombre y
sus pasiones, es obedecer al Espíritu que mora en nosotros y no nuestras
concupiscencias. Esto no es fácil, no
obstante, El Señor nos ha entregado todo lo suficientemente necesario para que
esto sea una realidad, solo debemos obedecer; he ahí el gran desafío.
Siempre cuando llego a este punto
recuerdo un ejemplo que la vida del cristiano tiene una dinámica muy similar a
la de un practicante de surf. El equilibrio y avance con poder y velocidad,
solo se logra obedeciendo la dirección de la ola del mar, ya que a la más
mínima resistencia que el deportista le ofrezca, la caída es inminente. En esta
ilustración, la ola vendría a ser la voluntad del Espíritu Santo que mora en
nosotros, que nos redarguye, nos anhela celosamente y que nos traza una sola
dirección definida y permanente, cual onda del mar.
A
mayor obediencia, mayor será el poder que el cristiano pueda experimentar
frente al pecado. El poder es fruto de la obediencia.
Esta parte del análisis nos permite descubrir que el poder en el cristiano no
significa griteríos, extravagancias o expresiones de misticismo, sino que
libertad, dominio y reinado sobre el pecado.
(Romanos
6:12-16) “No reine, pues, el pecado en vuestro
cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco
presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino
presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se
enseñoreará de vosotros; pues no estáis
bajo la ley, sino bajo la gracia. ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos
bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os
sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a
quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para
justicia?”.
l
La
obediencia es una de las demandas que el Espíritu Santo, constantemente nos
presenta, y esta continua elección entre obedecer y desobedecer, se transforma
en la diaria opción de vivir lleno del espíritu o sucumbir ante las demandas de
la carne. La obediencia no consiste en confrontar al
pecado, desafiar las debilidades o subestimar el poder de la carne, por el
contrario, el cristiano obediente sabe muy bien de sus propias debilidades y
huye de las tentaciones o condiciones que le harán nuevamente rendirse ante los
designios del viejo hombre. (1 Timoteo
6:10-11)
“porque raíz de todos los males es
el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y
fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas
cosas” (2 Timoteo: 2:22) “Huye
también de las pasiones juveniles”
El
poder está en la obediencia. Así como el
texto presenta la advertencia frente a la seducción del dinero o de las
pasiones, el mandamiento es a “huir”, lo
que significa literalmente salir arrancando de los tentáculos que buscan
arraigarnos en el espeso pantano del pecado. Que Dios nos ayude a meditar en este importante y trascendental tema,
ya que el poder del creyente radica en
la obediencia y sumisión a su Palabra, situación absolutamente opuesta a
los reclamos de la antigua naturaleza, la que lucha sin cesar contra el alma.
Como
en la Doctrina de Cristo dice a través del aposto Pedro: (1 Pedro 2:11)
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los
deseos carnales que batallan contra el alma” Que así sea, amén.
PREDICA en Lerma
por: PASTOR Víctor Ramón Preciado Balderrama
Hola
hermanos les saludo con mucho amor en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y
con un solo propósito de que sean edificados sus vidas y sus ministerios, me
gozo el saludarles y el que Dios me dé la oportunidad de servirles si me lo
permiten, y con todo respeto a su doctrina o denominación, mi único interés es
que corra la Sana Doctrina de Cristo. Por favor si les interesan estos materiales escríbanme
pidiéndomelos a cualquiera de los siguientes correos, y con mucho gusto y en el
amor a Cristo se los enviaré inmediatamente sin cuestionar nada y que el Espíritu Santo los dirija y los
lleve por buen camino, solo les pido si
lo recibes de gracia dalo de gracia.
También les invito con mucho
respeto a todas sus creencias a visitar el BLOGSPOT.
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