“ADORACION
ES TRANSFORMAR LA TIERRA Y MUVER LOS CIELOS”
Por tanto,
no durmamos como los demás, sino
velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen,
de noche duermen, y los que se
embriagan, de noche se embriagan. Pero
nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de
amor, y con la esperanza de salvación
como yelmo. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de
nuestro Señor Jesucristo, Quien murió por nosotros para que ya sea que
velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él. Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis. Os rogamos, hermanos,
que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha
estima y amor por causa de su obra.
Tened paz entre vosotros. También os rogamos, hermanos,
que amonestéis a los ociosos, que
alentéis a los de poco ánimo, que
sostengáis a los débiles, que seáis
pacientes para con todos. Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con
otros, y para con todos. Estad siempre
gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo,
porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. No
apaguéis al Espíritu. No menospreciéis
las profecías. Examinadlo todo; retened
lo bueno. Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os
santifique por completo; y todo vuestro
ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará. Hermanos,
orad por nosotros. Saludad a todos los hermanos con ósculo santo. Os
conjuro por el Señor, que esta carta se
lea a todos los santos hermanos. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con
vosotros. Amén.
(1Tesanolisenses
5:6-28)
¡DESPIERTEN! ¡DESPIERTEN!
“POR TANTO, NO DURMAMOS COMO LOS DEMÁS,
SINO VELEMOS Y SEAMOS SOBRIOS.”
1 Tesalonicenses 5:6.
Qué tristes
consecuencias ha acarreado el pecado. Este hermoso mundo nuestro fue una vez un
templo glorioso, y cada uno de sus pilares reflejaba la bondad de Dios, y cada
una de sus partes era un símbolo del bien, pero el pecado ha corrompido y ha
viciado todas las metáforas y las figuras que se puedan desentrañar de la
tierra.
Ha
descompuesto de tal manera la divina economía de la naturaleza, que esas cosas
que eran cuadros inimitables de virtud, bondad, y divina plenitud de bendición,
se han convertido en figuras representativas del pecado.
Es extraño
decirlo, pero a la vez es extrañamente cierto, que los supremos dones de Dios
se han convertido en los peores cuadros de la culpa humana, por el pecado del
hombre.
¡Contemplen las corrientes de agua del rio Lerma! Brotando de sus fuentes, se precipitan por los
campos, llevando la abundancia en su seno; los cubren por un tiempo, y después
de unos días se apaciguan y dejan sobre la llanura un depósito fértil, en el
cual arrojará la semilla el sembrador para obtener una cosecha abundante, este
es el plan de Dios.
Uno habría
llamado la irrupción de las aguas un hermoso cuadro de la plenitud de la
providencia, de la magnificencia de la bondad de Dios hacia la raza humana;
pero descubrimos que el pecado se ha apropiado de esa figura. El comienzo del
pecado es como el prorrumpir de las aguas.
¡Miren el fuego! Cuán amablemente nos ha dado Dios ese elemento, para alegrarnos en
medio de las heladas invernales. Cuando huimos de la nieve y del frío, nos
apresuramos al fuego de nuestro hogar, y allí, junto a la chimenea, calentamos
nuestras manos y nos contentamos.
El fuego es
un rico cuadro de las influencias divinas del Espíritu, un santo emblema del
celo del cristiano; pero, ¡ay!, el pecado ha tocado esto, y la lengua es
llamada “un fuego;” “es inflamada por el
infierno,” se nos dice, y a menudo está evidentemente llena, cuando emite
blasfemias y calumnias; y Santiago, al contemplar los males causados por el
pecado, alza su mano y exclama (Santiago3:5-6)
He aquí, ¡¡¡cuán grande bosque enciende
un pequeño fuego!!! Y luego está el sueño, uno de los más dulces dones de
Dios, hermoso sueño—
“Dulce restaurador de la naturaleza cansada, sueño balsámico.”
Dios ha
seleccionado al sueño como la mejor figura del reposo de los benditos. “Así también traerá Dios con Jesús a los
que durmieron en él,” dice la
Escritura. David lo coloca entre los dones peculiares de la gracia: (Sal.127:2) “Pues que a su amado dará Dios
el sueño.” Pero, ¡ay!, el pecado no pudo dejar en paz ni siquiera esto.
El pecado ha
contrarrestado inclusive esta metáfora celestial; y aunque el propio Dios había
empleado al sueño para expresar la excelencia del estado de los benditos, sin
embargo el pecado debía profanar inclusive esto, antes de poder expresar ¡Despierten! ¡Despierten!.
El sueño es
empleado en nuestro texto como un cuadro de una condición pecaminosa. “Por tanto, no durmamos como los demás,
sino velemos y seamos sobrios.” Con esa introducción, procederé de
inmediato al texto.
El “durmamos” del texto es un mal que
debe ser evitado.
En segundo lugar,
las palabras “Por tanto” son
empleadas para mostrarnos que hay ciertas razones para evitar este sueño.
Y puesto que
el apóstol habla de este sueño con tristeza, es para enseñarnos que hay algunas
personas, a quienes él llama “los
demás,” por quienes debemos lamentarnos, porque ellos duermen y no
velan y no son sobrios.
I. Comenzamos,
entonces, en primer lugar, esforzándonos por señalar el
MAL QUE EL APÓSTOL INTENTA DESCRIBIR BAJO EL TÉRMINO
DURMAMOS.
El apóstol
habla de “los demás” que duermen. Si
revisan el original, encontrarán que la palabra que es traducida como “los demás” tiene un significado más insistente.
Puede ser
traducida (y el diccionario la traduce
así) “el desecho,” “Por tanto, no durmamos como el desecho,” la
gentuza, los espíritus innobles, los que no tienen una mente que se eleve sobre
los problemas de la tierra “por tanto,
no durmamos como los demás,” la innoble multitud ruin que no está viva al
elevado llamado celestial de un cristiano. “No
durmamos como lo hace el desecho de la humanidad.”
Y ustedes
descubrirán que la palabra “durmamos,” en
el original, tiene también un sentido más insistente. Significa un sueño
profundo, una pérdida de conciencia casi extrema; y el apóstol indica que el
desecho de la humanidad se encuentra ahora sumido en ese sueño profundo. Vamos
entonces a intentar explicar, si podemos, lo que quiso decir con eso.
En primer
lugar, el apóstol quiso decir que el desecho de la humanidad está en un estado deplorable de ignorancia.
Quienes duermen no saben nada. Puede haber júbilo en la casa, pero el haragán no
comparte esa alegría; puede haber muerte en la familia, pero ninguna lágrima
rueda por la mejilla del que duerme.
Grandes
eventos pudieron haber acontecido en la historia mundial, pero él los
desconoce. Un terremoto pudo haber desplomado toda una ciudad debido a su
magnitud, o una guerra pudo haber devastado una nación, o el estandarte del
triunfo puede estar ondeando al viento, y los clarines de su país pueden estar
saludándonos con la victoria, pero él desconoce todo eso—
“Su labor y su amor se han perdido, A la vez desconociendo y siendo
desconocidos.”
El que
duerme no sabe nada de nada. ¡Contemplen
cómo el desecho de la humanidad coincide en esto! Sabe mucho de algunas
cosas, pero no sabe nada de las cosas espirituales; no tiene la menor idea de
la persona divina del adorable Redentor Jesucristo; no puede ni siquiera
adivinar los dulces gozos de una vida de
piedad; no se puede elevar a los sublimes entusiasmos ni a los raptos
íntimos del cristiano.
Háblale de doctrinas divinas, y éstas son para él un
enigma; coméntale acerca de experiencias sublimes, y le parecen entusiastas
fantasías.
No sabe nada de los gozos venideros; y, ¡ay de él!, se
le olvidan los males que le vendrán si continúa en su iniquidad.
El grueso de
la humanidad es ignorante; no tiene
conocimiento; no tiene el conocimiento de Dios, no tiene ante sus ojos temor de Jehová; sino que con sus ojos
vendados por la ignorancia de este mundo, marcha hacia delante por los caminos
de la lujuria hacia ese fin terrible y seguro, la ruina eterna de sus almas. ¡Despierten! ¡Despierten! Hermanos, si somos santos, no seamos
ignorantes como los demás.
Escudriñemos las Escrituras, pues en ellas tenemos la
vida eterna, porque ciertamente ellas dan testimonio de Jesús.
Seamos diligentes; no permitamos que la Palabra se aparte de nuestros corazones; meditemos
en eso tanto de día como de noche, para que podamos ser como el árbol plantado
junto a corrientes de aguas (Sal.1:3).
“Por tanto, no durmamos como los demás.” Además, el sueño describe un estado de insensibilidad. Puede haber mucho
conocimiento en quien duerme, escondido, almacenado en su mente, que pudiera
ser muy bien desarrollado si pudiera ser despertado.
Pero él no tiene ninguna sensibilidad, no tiene
conocimiento de nada. El ladrón
se ha introducido en la casa; tanto el oro como la plata están en las manos del
ladrón; el hijo está siendo asesinado por la crueldad del que se ha metido en
la casa; pero el padre duerme, aunque todo el oro y la plata que posee y su
hijo más preciado, se encuentren en las manos del destructor. Está inconsciente; ¡cómo podrá sentir, cuando el sueño ha sellado completamente sus
sentidos! ¡Vean!, en la calle hay luto.
Un incendio
acaba de destruir el albergue de los pobres, y los mendigos sin hogar se
encuentran en la calle. Están clamando a su ventana, pidiéndole ayuda. Pero él
duerme, y ¿qué sabe él, aunque la noche sea fría y aunque los pobres estén
temblando por la tragedia?
No tiene
conciencia, porque satanás les tiene el entendimiento entenebrecido; no siente
nada por ellos. ¡Por allí!, tomen la
escritura de su propiedad y quemen el documento; ¡por allá!, ¡prendan fuego
al corral de su granja! Quemen todo lo que tiene en el campo; maten su
caballo y destruyan su ganado; dejen ahora que el fuego de Dios descienda y
queme sus ovejas; que el enemigo caiga sobre todo lo que tiene y lo devore.
Él duerme
tan profundamente como si estuviera protegido por el ángel del Señor. Tal es el
desecho de la humanidad. Pero, ¡ay!, ¡que
tengamos que incluir en esa palabra “desecho” a la mayor parte de ella! ¡Cuán
pocos hay que sienten espiritualmente! Ellos sienten con mucha agudeza cualquier
lesión corporal o cualquier daño a sus propiedades; pero ¡ay!, ¡no tienen ninguna sensación de ningún tipo
por sus intereses espirituales!
Están
parados al borde del infierno, pero no tiemblan; la ira de Dios está ardiendo
en contra de ellos, pero no temen; la espada de Jehová está desenvainada, pero
el terror no se apodera de ellos. Ellos continúan con la danza festiva; beben la copa del placer intoxicante;
se van de parranda a los antros y se entregan al libertinaje; todavía entonan
la canción lasciva; sí, hacen más que eso; en sus vanos sueños desafían al
Altísimo; mientras que, si se despertaran una sola vez a la conciencia de su estado,
la médula de sus huesos se derretiría, y su corazón se disolvería como cera en
medio de sus entrañas.
Ellos están
dormidos, son indiferentes e inconscientes. Puedes hacer cualquier cosa con
ellos; puedes quitarles todo lo que es esperanzador, todo lo que pueda
alegrarlos cuando se aproximen a la muerte, y sin embargo, no lo sienten; pues,
¿cómo pueden sentir algo mientras
duermen? “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos
sobrios.”
Además, el
que duerme no se puede defender. (Jueces 4:19-24) Miren a aquel príncipe; él es un hombre
fuerte, ay, y un hombre fuerte armado. Ha entrado en la tienda de campaña. Está
cansado.
Ha bebido la
leche que le dio la mujer; “en tazón de
nobles le presentó crema,” y comió; se tiró al suelo y durmió. Y ahora ella
se acerca. Tiene en su mano su mazo de trabajadores y su estaca. ¡Guerrero!, tú podrías disolverla en
átomos con un ¡Despierten! ¡Despierten!
golpe de tu poderoso brazo; pero ahora no puedes defenderte a ti mismo. La
estaca está en sus sienes; la mano de la mujer sostiene el mazo y la estaca ha
perforado su cráneo; pues cuando se durmió quedó indefenso.
El
estandarte de Sísara había ondeado victoriosamente sobre enemigos poderosos;
pero ahora está manchado por una mujer. ¡Proclámenlo,
proclámenlo! El hombre que, despierto, hacía que las naciones temblaran,
muere a manos de una débil mujer mientras dormía.
Así es el desecho de la humanidad. Duerme; no tiene ningún poder de resistir la tentación. Su
fortaleza moral se ha perdido, pues Dios se ha separado de ellos.
Está la tentación de la concupiscencia. Son hombres de sólidos principios en asuntos de
negocios, y nada los haría desviarse de
la honestidad; pero la lascivia los destruye; son aprisionados como un pájaro
en la trampa; están totalmente sometidos. O, tal vez, es de otra manera que son
conquistados. Son hombres que no realizarían un acto impuro, que no tendrían
ningún pensamiento lascivo; lo desprecian. Pero ellos tienen otro punto débil,
están atrapados por la copa (1Co.6:10;
Lc.17:1,2).
Son
sometidos y atrapados por la borrachera. O, si pueden resistir estas cosas, y
no son dados ni al libertinaje ni a los excesos de vida, sin embargo, tal vez,
la ambición entró en ellos; escondida bajo el nombre de prudencia se deslizó en
sus corazones, y son conducidos a aferrarse al tesoro y a acumular el oro,
aunque ese oro haya sido exprimido de las venas de los pobres, y aunque hayan
chupado la sangre de los huérfanos.
Parecen
incapaces de resistir sus pasiones. Cuántas veces no me han dicho algunos
hombres:
“NO PUEDO EVITARLO, SEÑOR, SIN IMPORTAR LO QUE HAGA;
RESUELVO,
Y VUELVO A RESOLVER, PERO HAGO LO MISMO; ESTOY
INDEFENSO;
¡NO PUEDO RESISTIR LA TENTACIÓN!”
Oh, por supuesto
que no puedes, mientras estés dormido. ¡Oh,
Espíritu del Dios viviente! ¡Despierta
al que está dormido! Que la pereza pecaminosa y la presunción, ambas, sean
espantadas, no sea que quizá Moisés se encuentre con ellos en el camino, y
encontrándolos dormidos, los cuelgue del patíbulo de la infamia para siempre.
Ahora voy a dar otro significado a la palabra
“durmamos.” Espero que algunos
miembros de mi congregación hayan estado tolerablemente tranquilos mientras he
estado describiendo las tres primeras cosas, porque pensaron que estos asuntos
no les incumbían.
Pero el sueño también significa inactividad. El labrador
no puede arar sus campos mientras duerme, ni tampoco puede arrojar la semilla
en los surcos, ni escudriñar las nubes, ni recoger su cosecha.
El marinero no
puede izar su vela, o pilotear su barco a través del océano, mientras dormita. No
es posible que en la casa de cambio, o en el mercado de muebles, o en la casa de
comercio, los hombres lleven a cabo sus transacciones en Tultepec, Criza, Atarasquillo, Lerma, Toluca y pueblos cercanos o
lejanos con sus ojos fuertemente cerrados por el sueño.
Sería algo
singular ver a una nación como México a personas que sueñan; sería una nación
de ociosos. Todos se morirían de hambre; no producirían ninguna riqueza del suelo;
no poseerían nada para sus espaldas, no tendrían ropas ni alimentos.
¡Pero a cuántos encontramos en el mundo que están
inactivos por causa del sueño! Sí, digo inactivos. Con eso
quiero decir que están bastante activos en una cierta dirección, pero están
inactivos en referencia a la dirección correcta. ¡Oh, cuántos hombres hay que están totalmente inactivos en todo aquello
que es para la gloria de Dios, o para el bienestar de sus semejantes! ¡Despierten! ¡Despierten!
En cuanto a
ellos, pueden “levantarse de madrugada e
ir tarde a reposar, y comer su pan con temor;” para sus hijos, que
representan un doble de ellos, pueden trabajar hasta que les duelan los dedos;
pueden cansarse hasta que sus ojos enrojezcan en sus cuencas, hasta que su cerebro
sea un torbellino, y ya no puedan hacer más, pero para Dios no pueden hacer
nada.
Algunos dicen que no tienen tiempo, otros confiesan con franqueza que no tienen voluntad:
para la iglesia de Dios no gastarían ni una hora, mientras que para el placer
de este mundo podrían dedicar un mes. No pueden gastar ni su tiempo ni su
atención en los pobres desarrollando la fe con obras, simplemente con pequeños
detalles que para esa gente son muy importantes, claro que lo entiendo, “estás
muy ocupado en la obra de Dios” (Santiago
2:26) “Porque como el cuerpo sin
espíritu está muerto, así también la fe
sin obras está muerta.”
Tal vez
puedan tener tiempo que reservar para ellos mismos y para su propia diversión;
pero para obras santas, para actos de caridad o piadosos, ellos declaran que no
tienen tiempo libre; pero la razón es que no quieren. ¡Contemplen ustedes cuántos cristianos hay que profesan, pero que están
dormidos en este sentido! Están inactivos.
Cientos de pecadores se están muriendo en la calle; los hombres se están hundiendo en las llamas de la
ira eterna; sin embargo, cruzan sus brazos, sienten compasión por el pobre
pecador que perece, pero no hacen nada para mostrar que su compasión es real y
quiero preguntarte aparte de estar
contrayendo un edificio para la honra y gloria de Dios cuánto dinero estas
desviando para la OBRA MISIONERA mira que esta es la verdadera obra que
Jesucristo nuestro señor nos dejó como una ordenanza:
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la
tierra. V-19 Por tanto, id, y
haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre,
y del Hijo, y del Espíritu Santo;
V-20 enseñándoles que guarden todas las
cosas que os he mandado; y he aquí yo
estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:18-20).
Asisten a
sus lugares de adoración; ocupan su bien acojinado banco; desean que el
ministro los alimente cada domingo, Miércoles, Jueves o Viernes; sin embargo,
no le enseñan a ningún niño en la escuela dominical con ejemplo la fe con obras;
no distribuyen ningún folleto en la casa del hombre pobre; no llevan a cabo
ningún acto que pueda ser el instrumento para salvar almas. Nosotros decimos
que son hombres buenos; inclusive a
algunos de ellos los elegimos para el oficio de diáconos; y sin duda son
hombres buenos; son buenos de la misma manera como Miguel Ángel el escultor quiso decir que Brutus era honorable,
cuando afirmó: “Eso somos todos, hombres
honorables.” Eso somos todos, buenos, si ellos realmente fueran buenos.
Pero ellos
son buenos en un sentido: buenos para nada; pues únicamente se sientan y comen
el pan, pero no aran el campo; beben el vino, pero no cultivan la vid que lo
produce.
Piensan que
deben vivir para sí, olvidando que “ninguno
de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí.” Oh, qué vasta cantidad
de sueño tenemos en todas nuestras iglesias en México; pues, ciertamente, si
nuestras iglesias se despertaran una vez, hablando de lo material, hay
suficientes hombres y mujeres convertidos, y hay suficiente talento en ellos, y
tienen suficiente dinero y tiempo suficiente, (otorgando Dios la abundancia de su Espíritu Santo, lo que haría con
certeza si todos fueran celosos en la verdadera obra de Dios); hay lo
suficiente para predicar el Evangelio en cada rincón de la tierra.
La iglesia
no necesita detenerse por falta de instrumentos o por falta de medios; tenemos todo ahora, excepto la voluntad; tenemos
todo lo que podemos esperar que Dios dé para la conversión del mundo, excepto únicamente
un corazón para la obra misionera, y el Espíritu de Dios derramado en medio de
nosotros. ¡Oh!, hermanos, “no durmamos
como los demás.” Ustedes pueden encontrar a “los demás” en la iglesia y en
el mundo: “los desechos” de ambos
grupos están profundamente dormidos.
Sin embargo,
antes de finalizar este primer punto de la explicación, es necesario que diga
simplemente que el propio apóstol
nos suministra una parte de la exposición; pues la segunda frase, “sino velemos y seamos sobrios,”
implica que el reverso de estas cosas es el sueño, que es lo que él quiere
decir. “Velemos.”
Hay muchos
que no velan nunca. No velan nunca contra el pecado; no velan nunca contra las
tentaciones del enemigo; no velan contra sí mismos, ni contra “los deseos de la carne, los deseos de los
ojos, y la vanagloria de la vida.”
Ellos no
están atentos a las oportunidades de hacer el bien; no velan por oportunidades para
instruir al ignorante, para confirmar al débil, para consolar al afligido, para
socorrer a los necesitados; no velan para encontrar oportunidades para
glorificar a Jesús, o para encontrar tiempos de comunión; no velan por las
promesas; no están atentos a las respuestas a sus oraciones; no están atentos a
la segunda venida de nuestro Señor Jesús.
Estos son el
desecho del mundo: no velan porque están dormidos. Pero nosotros velemos:
así demostraremos que no estamos dormitando. Además: “seamos sobrios,” esto se refiere principalmente a la
abstinencia o Moderación y templanza en la comida y en la bebida.
Calvino dice
que no es así: que esto se refiere más especialmente al espíritu de moderación
en las cosas del mundo.
Ambas cosas tienen razón. Hay muchos que son sobrios; otros duermen porque no
lo son; pues la falta de sobriedad conduce al sueño. No son sobrios: no pueden estar contentos de hacer un pequeño
negocio; quieren hacer uno grande.
No son sobrios: no pueden hacer una inversión que sea segura; deben especular. No son
sobrios: si pierden su propiedad, su espíritu decae internamente, y son
semejantes a hombres que están borrachos de ajenjo.
Si por otro
lado, se vuelven ricos, no son sobrios:
ponen de tal manera sus afectos en las cosas del mundo que se intoxican de
orgullo, a causa de sus riquezas; se vuelven orgullosos por su bolsillo, y
necesitan que los cielos sean elevados más alto, para que sus cabezas no se
golpeen contra las estrellas. ¡Oh!, yo podría urgir este precepto en este
momento, mis queridos amigos y hermanos. Se aproximan tiempos difíciles, y los tiempos ya son lo suficientemente duros.
Seamos sobrios.
El pánico en
México por el crimen organizado “familia
michoacana” ha surgido principalmente por la desobediencia a este
mandamiento: “seamos sobrios;” y si
las personas que profesan la fe en México hubieran obedecido este mandamiento,
y hubieran sido sobrios, el pánico, en el peor de los casos, habría sido
mitigado, si es que no hubiera sido evitado totalmente.
Ahora, en
breve, ustedes que tienen algún dinero invertido, correrán al banco para
retirarlo, porque temen que el banco se tambalee. No serán lo suficientemente
sobrios para tener un poco de confianza en sus colegas, y ayudarlos en sus
dificultades y de esta manera ser una bendición para la nación.
Y los que
piensan que se pueden obtener beneficios prestando el dinero que poseen a intereses
usureros, no estarán contentos con prestar lo que tienen disponible, sino que
estarán extorsionando y exprimiendo a sus pobres deudores, para tener más
dinero que prestar.
Muy pocas veces
los hombres se contentan con enriquecerse gradualmente; pero quien se apresura
a ser rico no será inocente.
Cuídense,
hermanos míos, si vinieran tiempos difíciles a México, si las casas comerciales
se desplomaran y los bancos quebraran, cuídense y sean sobrios.
No hay nada
que nos permita resistir tan bien el pánico, como el que cada uno de nosotros
mantenga su espíritu en alto; simplemente levantándonos en la mañana, digamos: “los tiempos son muy difíciles, y hoy puedo
perderlo todo; pero angustiarme no me servirá de nada; por tanto, voy a enfrentar
con un corazón valiente la dura tristeza, y voy a continuar haciendo lo mío.
Las ruedas del comercio podrán detenerse; yo bendigo a Dios, mi tesoro está en
el cielo; no puedo ir a la quiebra. He puesto mis afectos en las cosas de Dios;
no puedo perderlas. ¡Allí está mi joya; allí está mi corazón!”
Vamos ¡Despierten! ¡Despierten!, si todos los hombres pudieran hacer eso, se ejercería
una influencia para crear confianza pública; pero la causa de la gran ruina de muchos
es la ambición de todos los hombres y el temor de algunos.
Si todos
pudiéramos ir por el mundo con confianza, y con valor, y con coraje, no hay
nada en el mundo que pudiera desviar tan bien el golpe.
Yo creo que
el golpe va a darse; y hay muchos hombres y mujeres aquí en nuestro alrededor, que son muy respetables, que pueden esperar
convertirse muy pronto en mendigos.
La
obligación de ustedes es poner de tal manera su confianza en el hijo de Jehová,
que puedan decir: (Sal.46:2) “aunque la
tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar, Dios es mi
amparo y fortaleza, mi pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no
temeré;” y haciendo eso, estarán creando mayores probabilidades de evitar
su propia destrucción, que por cualquier otro medio que la sabiduría humana
pudiera dictarles.
No seamos
desenfrenados en los negocios, como los demás, sino que debemos despertar. “No durmamos,” no nos dejemos llevar
por el sonambulismo del mundo, o sea, actividad y codicia en el sueño, pues hay
algo mejor que eso: “sino velemos y
seamos sobrios.” Oh, Espíritu Santo, ayúdanos a velar y ser sobrios.
II. Así, he ocupado un buen espacio de tiempo explicando
el primer punto: ¿a qué clase de sueño
se refería el apóstol? Y ahora ustedes observarán que las palabras “por tanto” implican que hay CIERTAS RAZONES PARA ESTO. Les voy a
dar esas razones; y si las expreso en una forma un poco dramática, no deben
sorprenderse; tal vez, de esa manera serán recordadas mejor. “Por tanto,” dice el apóstol, “no durmamos.”
Buscaremos
primero nuestras razones en el propio texto del capítulo. La primera razón
precede al texto.
El apóstol
nos informa que “todos vosotros sois
hijos de luz e hijos del día; por tanto, no durmamos como los demás.”
No me
sorprende ver que cuando camino por las calles al caer la noche, todas las
tiendas están cerradas, y cada ventana tiene sus cortinas corridas; veo la luz
en la habitación que está arriba significando el retiro para el descanso.
No me
sorprende que, media hora después, el ruido de mis pasos me asuste, y no
encuentre a nadie en las calles.
Si yo subiera las escaleras, y viera los plácidos
rostros de los que duermen, no me sorprendería; pues es de noche, el tiempo
apropiado para el sueño.
Pero si una
mañana, a las once o doce del día, caminara por las calles y me encontrara
solo, y advirtiera que todas las tiendas están cerradas, y que cada casa está
completamente a oscuras y no se escuchara ningún ruido, yo diría:
“es muy extraño, es sumamente extraño, es
sorprendente. ¿Qué pretenden estas personas? Es de día y sin embargo todos
duermen. Me sentiría inclinado a tomar el primer aldabón que encontrara, y le
daría un doble golpe, y correría a la siguiente puerta, y tocaría el timbre, y
continuaría haciendo lo mismo por toda la calles de donde tu vives; o iría a la
estación de policía, y despertaría a todos los hombres que encontrara allí, y
les pediría que hicieran ruido en la calle; o iría a la estación de bomberos, y
les pediría que sonaran las sirenas a lo largo de la calle para tratar de
despertar a estas personas. Pues me diría a mí mismo: hay algún tipo de peste
aquí; el ángel de la muerte debe haber sobrevolado por estas calles durante la
noche y debe haber matado a estas personas, pues de lo contrario estarían
despiertas.”
¡Despierten! ¡Despierten! Dormir durante el día es totalmente incongruente. “Bueno,” dice el apóstol Pablo, “pueblo de Dios, es de día para ustedes; el
sol de justicia se ha alzado sobre ustedes con poder sanador sobre Sus alas; la
luz del Espíritu de Dios alumbra sus conciencias; han sido sacados de las
tinieblas y llevados a la luz admirable; que ustedes duerman, que la iglesia se
entregue al sueño, es como una ciudad que está en la cama durante el día, como
todo un pueblo que dormita cuando el sol brilla. Es inoportuno e impropio.”
Y ahora, si
miran nuevamente al texto, descubrirán que hay otro argumento. “Pero nosotros, que somos del día, seamos
sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y amor.” Así, entonces,
parece que es tiempo de guerra; y por tanto, lo digo de nuevo, es
impropio dormir.
Hay una
fortaleza allá, muy lejos, en Ciudad Juárez Chiguagua. Una tropa de esos abominables
sicarios la ha sitiado.
Sabuesos
sedientos de sangre, si lograran entrar una vez, harían pedazos a la madre y
sus hijos, y desmenuzarían al hombre fuerte.
Ya están frente a tus puertas: sus cañones están cargados; sus bayonetas tienen sed
de sangre, y sus espadas tienen hambre de matar.
Vayan por
toda la fortaleza y encontrarán a todo mundo dormido. El centinela de la torre
está cabeceando sobre su bayoneta. El capitán está en su tienda, con su pluma
en la mano y los partes militares ante él, dormido junto a la mesa.
Los soldados
de Jesucristo están acostados en sus tiendas, listos para la guerra, pero todos
duermen. No se ve que ningún hombre vigile; no hay ningún centinela allí. Todos
duermen.
Bien, amigos
y hermanos míos, ustedes dirían: “¿Qué
está sucediendo aquí? ¿Qué podrá ser? ¿Acaso algún gran mago ha estado agitando
su mano, y los ha hechizado a todos? ¿O acaso habrán enloquecido todos? ¿Habrán
perdido la razón? Ciertamente, estar dormido en tiempos de guerra es algo
atroz. ¡Aquí! Descuelga esa trompeta; acércate al oído del capitán, y suena la
alarma, y verás que se despierta al instante. Quítale su bayoneta al soldado
que dormita sobre las murallas y dale un agudo pinchazo, y verás que despierta
al instante.”
Pero ciertamente, ciertamente, yo como misionero
enviado por Jesucristo a esta región y ni nadie puede ser paciente con gente
que duerme cuando el enemigo rodea los muros y está tronando a las puertas.
Pues bien,
cristianos, ese es el caso de ustedes. Su vida es una vida de guerra; el mundo,
la carne, y el demonio son una trinidad infernal, y la pobre naturaleza humana
es una miserable construcción de barro para atrincherarse.
¿Estás dormido? ¿Dormido, cuando Satanás tiene balas
de fuego de lujuria para lanzarlas en las ventanas de tus ojos, cuando tiene
flechas de tentación para dispararlas en tu corazón, cuando tiene trampas
preparadas para atrapar tus pies? ¿Dormido, cuando él ha minado tu propia
existencia, y cuando está a punto de aplicar la llama con la que te va
destruir, a menos que la gracia soberana lo prevenga? Dormir en tiempos de guerra es totalmente
inconsistente.
Que el Grandioso Espíritu Santo de Dios impida que
durmamos. Pero ahora,
dejando lo que dice el capítulo en sí, les voy a dar una o dos razones que
moverán al pueblo cristiano del ESTADO
DE MEXICO, así lo espero, a
despertar de su sueño.
“¡Saquen a sus muertos! ¡Saquen a sus
muertos! ¡Saquen a sus muertos!” Luego viene el sonar de una trompeta en el poderoso nombre de
Jesucristo ¡Despierten! ¡Despierten!.
¿Qué es esto? Aquí está una puerta marcada con una gran cruz blanca. ¡Señor, ten misericordia de nosotros!
Todas nuestras casas a lo largo de las calles parecen haber sido marcadas con
esa cruz blanca de la muerte.
¿Qué es esto? Vean el pasto cómo crece en las calles; aquí están y están desiertas;
nadie camina por su solitario pavimento; no se escucha otro sonido que el del
casco de los caballos, como los cascos del pálido caballo de la muerte sobre
las piedras, el tañido de esa campana tocando a dobles de muerte para muchos, y
el retumbar de las ruedas de ese carro, y el grito terrible:
“¡Saquen
a sus muertos! ¡Saquen a sus muertos! ¡Saquen a sus muertos!” Entre
nosotros viven médicos, que poseen una gran habilidad, y Dios le ha prestado
sabiduría. Le agrada a Dios guiar sus mentes, y así desarrollar sanidades
atreves de ellos.
Pero ellos
mismos pueden ser golpeados por los virus espirituales, y pueden incluso estar a
punto de morir; pero ellos llevan el bendito Espíritu Santo en sus labios y también
pueden curar los virus espirituales. ¿Creerán lo que estoy a punto de
contarles? ¿Pueden imaginarlo? Esos Doctores tienen la receta que va a curar a
todo este pueblo; la tiene en su bolsillo. Ellos poseen la medicina, que si se
distribuyera una vez en esas calles, haría que los enfermos se regocijaran, y
haría silenciar esa campana fúnebre. ¡Y
está dormido! ¡Está dormido! ¡Está dormido! ¡Oh, ustedes cielos! ¿Por qué no
caen y aplastan a ese infeliz? ¡Oh, tierra! ¿Cómo puedes soportar a este
demonio en tu regazo? ¿Por qué no lo tragas rápidamente? Ellos al igual que
tu poseen la medicina; pero son demasiado perezosos para ir y proclamar el
remedio.
¡Todos tenemos la curación pero somos demasiado ociosos
para salir y administrarla a los enfermos y a los moribundos! ¡No, hermanos y amigos
míos, un inhumano miserable de este tipo no debería existir! Pero puedo verlo
hoy aquí. ¡Allí estás! Tú sabes que el mundo está enfermo con la plaga del
pecado, y tú mismo has sido curado con ese remedio, que ha sido suministrado.
Pero estás
dormido, inactivo, ocioso. No sales para— “Decir a los demás por todos
lados, Qué maravilloso Salvador has encontrado.”
Allí está el
precioso Evangelio: tú no sales para llevarlo a los labios de un pecador. Allí
está la sangre sumamente preciosa de Cristo: tú nunca vas a decirles a los
moribundos lo que deben hacer para ser salvos.
El mundo
está pereciendo por algo que es peor que una plaga o epidemia: ¡y tú estás ocioso! Y tú eres un ministro del Evangelio; y
has asumido ese santo oficio sobre tus hombros; y te contentas con predicar dos
veces el domingo, y una vez durante la semana, y no sientes ningún
remordimiento.
No deseas nunca
atraer multitudes para que escuchen tu predicación; prefieres tener tus bancas
vacías, y apegarte a lo que es conveniente, en vez de, al menos una vez y a
riesgo de parecer extremadamente celoso, atraer a las multitudes y predicarles
la Palabra.
Tú eres un
escritor: tienes gran poder para escribir; tú dedicas tus talentos únicamente a
la literatura ligera o a la producción de otras cosas que te pueden distraer,
pero que no pueden beneficiar al alma.
Conoces la
verdad pero no la divulgas. Aquella madre es una mujer convertida: tienes hijos
pero se te olvida instruirlos en relación al camino que conduce al cielo.
Tú, eres un hombre joven, o quizás una mujer joven, que no tienes nada que hacer el día domingo, y allí
está la escuela dominical esperando; no asistes para instruir a esos niños en
el remedio soberano que Dios ha provisto para la curación de las almas
enfermas.
La campana
de la muerte está repicando aun ahora; el infierno está clamando, aullando de
hambre por las almas de los hombres.
“¡Saquen al pecador! ¡Saquen al pecador! ¡Saquen al
pecador! ¡Que muera y se condene!” ¡Y allí estás tú que profesas ser cristiano,
pero que no haces nada que te pudiera convertir en un instrumento de salvación
de almas; nunca extiendes tu mano para ser el medio utilizado por la mano del
Señor para arrancar a los pecadores de la hoguera, como tizones! ¡Despierten!
¡Despierten! ¡Oh!
Que la
bendición de Dios esté con ustedes en, el
lugar donde Dios te puso para apartarlos de ese mal camino, para que no
duerman como los demás, sino que velen y sean sobrios.
El peligro
inminente del mundo demanda que estemos activos, y que no dormitemos.
¡Escuchen cómo cruje el mástil! Vean la velas allí, desgarradas y convertidas en
tiras. ¡Los rompientes están enfrente! El
barco va directo hacia las rocas.
¿Dónde está el capitán? ¿Dónde está el contramaestre? ¿Dónde
están los marineros? ¡Ustedes, allí! ¿Dónde están? Se aproxima una tormenta.
¿Dónde están ustedes? Están abajo en los camarotes.
Allí está el
timonel, que no puede dormir más profundamente; y allí están todos los
marineros en sus hamacas.
¡Cómo! ¿Y los rompientes enfrente? ¡Cómo!, ¿las vidas
de doscientos pasajeros están en peligro, y aquí están durmiendo estos
insensatos? Sáquenlos a
puntapiés.
¿Cuál es el objeto de permitir que hombres como éstos
sean marineros, especialmente en un momento como éste? ¡Salgan todos! Si se hubieran dormido con buen tiempo, podríamos
haberlos perdonado.
¡LEVÁNTESE, CAPITÁN! ¿QUÉ HA ESTADO HACIENDO?
PERO, ¡ESCUCHE!, EL BARCO HA ENCALLADO; SE HUNDIRÁ EN
UN MOMENTO.
Ahora se va
a poner a trabajar, ¿no es cierto?
Ahora se va a poner a trabajar cuando ya no sirve de nada, cuando los alaridos
de las mujeres que se ahogan le comprarán un boleto al infierno por su
negligencia sumamente maldita, al haberlos descuidado plenamente.
Pues bien,
así somos muchos de nosotros, inclusive en estos tiempos. Este orgulloso barco
de la nación se mece en una tormenta de pecado; el propio mástil de esta gran
nación rechina bajo el huracán del vicio que barre todo el pobre navío; cada
madero está tenso al máximo, y Dios ayude al buen barco, o ¡ay!, nadie podrá
salvarlo.
Y, ¿quiénes son su capitán y sus marineros, sino los
ministros de Dios, y los que profesan la religión? Estos son aquellos a quienes Dios les da Su gracia
para que conduzcan el barco. “Vosotros
sois la sal de la tierra;” ustedes preservan y conservan la vida, oh hijos
de Dios. ¿Están durmiendo en la tormenta?
¿Están dormitando ahora?
Si no
hubiera guaridas de vicio, si no hubiera prostitutas, si no hubiera casas de
impiedad, si no hubiera asesinatos ni crímenes, ¡oh!, ustedes que son la sal de
la tierra, ustedes podrían dormir; pero hoy el pecado de Tultepec, Criza, Atarasquillo, Lerma, Toluca y pueblos cercanos o
lejanos de todo el Estado de México,
claman a los oídos de Dios.
Esta ciudad
monstruosa está cubierta de crímenes, y Dios está molesto con ella. Y ¿nosotros estamos dormidos y no hacemos
nada? Entonces, ¡que Dios nos
perdone! Pero ciertamente, de todos los pecados que Él perdona, éste es el
mayor, el pecado de la somnolencia cuando un mundo se está condenando; es un
pecado quedarse ocioso cuando Satanás está ocupado, devorando las almas de los
hombres.
“Hermanos, no durmamos” en tiempos como éstos; pues si lo hacemos, una
maldición caerá sobre nosotros, horrible de soportar. Allá está un pobre
prisionero en una celda. Su cabello está todo enredado sobre sus ojos.
Hace unas
cuantas semanas, el juez se puso el negro birrete y ordenó que fuera llevado al
lugar de donde vino, para ser colgado del cuello hasta morir.
El pobre
infeliz tiene su corazón desgarrado internamente, mientras piensa en los
grillos, la horca, la caída al abrirse la trampilla, y en el más allá. ¡Oh!, ¿quién puede decir cuán desgarrado y
atormentado está su corazón, mientras piensa que va a dejarlo todo, y que no
sabe hacia dónde va?
Vamos, si yo
hubiera tenido en mis manos el perdón de ese hombre, habría volado allí, aun si
hubiera tenido que montar en las alas del rayo para llegar a él, y hubiera
considerado que el tren más rápido era muy lento si tuviera que llevar un
mensaje tan dulce a un pobre corazón decaído.
¡Pero ese hombre, ese insensato, está profundamente
dormido, con un indulto bajo su almohada, mientras que el corazón del otro hombre
miserable se deshace en desmayos! ¡Ah! Pero no sean demasiado duros con él: él está aquí presente ahora.
Junto a ti
por las mañanas está sentado un pobre pecador penitente; Dios lo ha perdonado y
quiere que tú le des la buena noticia.
Se sentó a tu
lado el domingo pasado, y estuvo llorando durante toda la predicación del
sermón, pues sentía su culpabilidad.
Si le
hubieras hablado en ese momento, quién sabe qué hubiera pasado. Habría tenido
consuelo; pero allí está ahora, y no le das la nueva noticia.
¿Quieres que yo lo haga? ¡Ah!, señores, ustedes no pueden servir a Dios otorgando
poderes; lo que el ministro hace no es nada para ustedes; ustedes tienen su propia
responsabilidad que cumplir, y Dios les ha dado una preciosa promesa.
Está ahora
en sus corazones. ¿Acaso no te dirigirás
a tu vecino para decirle la promesa? ¡Oh!, hay en muchos un corazón
doliente que se duele por nuestra ociosidad en decir las buenas nuevas de esta salvación.
“Sí,” dice uno de los miembros de la iglesia que siempre viene a este lugar
cada domingo buscando a los jóvenes y a las jóvenes que vio llorar el domingo
anterior, y que trae a muchos a la iglesia, “sí, podría contarte una historia.” Mira a un joven al rostro, y dice,
“¿no te he visto aquí muchas veces?” “Sí.” “Pienso que tienes mucho interés en
el servicio, ¿no es cierto? “Si, es cierto: ¿por qué me pregunta eso?” “Porque
vi tu rostro el domingo pasado, y vi que algo te estaba pasando.” “¡Oh!, responde,
nadie me había hablado nunca desde que asisto aquí, hasta ahora. Quisiera
hablar con usted. Cuando estaba en casa con mi madre, pensaba que tenía alguna
idea de la religión; pero me fui lejos, y me convertí en aprendiz en medio de
una banda de jóvenes inicuos, y he hecho todo lo que no debí hacer. Y ahora,
señor, comienzo a llorar, comienzo a arrepentirme. ¡Deseo de todo corazón saber
cómo podría ser salvo! Escucho la predicación de la palabra, pero necesito algo
que sea predicado personalmente por alguien para mí.”
Y él se da
la vuelta, lo toma de la mano y le dice: “Mi
amado joven hermano, me da tanto gusto haber hablado contigo; hace que mi pobre
y viejo corazón se goce al pensar que el Señor todavía está haciendo algo aquí.
Ahora, no estés deprimido; pues sabes que, ‘Palabra fiel y digna de ser
recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores.’”
El joven se
lleva el pañuelo a los ojos, y después de un minuto, dice, “quisiera que me permita visitarle y reunirme con usted,” “¡claro que
puedes!,” responde.
Habla con
él, lo guía por el camino, y finalmente, por la gracia de Dios, el feliz joven
pasa al frente y declara lo que Dios ha hecho por su alma, y comenta que debe
su salvación tanto a la humilde instrumentalizad del hombre que le ayudó, como
a la predicación del ministro. ¡Amados
hermanos, ¡Despierten! ¡Despierten! El
esposo viene! ¡Despierten!
¡Despierten! ¡La tierra pronto va a ser disuelta, y los cielos se derretirán!
¡Despierten! ¡Despierten! Oh Espíritu Santo, levántanos a todos y mantennos
despiertos.
III. Y ahora ya no me queda tiempo para el último punto, y
por tanto ya no los detendré más. Basta que diga como advertencia que hay UN MAL QUE LAMENTAR AQUÍ.
Hay algunas
personas que están dormidas y el apóstol lo lamenta.
Pecador
compañero, hoy eres un inconverso; entonces déjame decirte seis o siete frases
antes que te vayas.
¡Hombre inconverso! ¡Mujer inconversa! Ustedes
duermen hoy, como esos que duermen en la punta del mástil en tiempo de
tormenta; ustedes duermen, como el que duerme cuando se desbordan las aguas que
inundan, mientras su casa se queda sin cimientos, y está siendo arrastrada
lejos por la corriente, hacia el mar; ustedes duermen como el que se encuentra
en la habitación del piso de arriba, cuando su casa está ardiendo y sus propias
llaves se están derritiendo en el fuego, y no sabe nada de la devastación que
le rodea; ustedes duermen; duermen como el que yace junto al borde de un
precipicio, con la muerte y la destrucción debajo de él.
Un único
sobresalto en su sueño lo arrojaría al precipicio, pero él no lo sabe.
Tú duermes hoy; y el lugar donde duermes tiene un soporte tan frágil que si cediera una
vez, caerías en el infierno: y si no te despiertas antes de eso, ¡qué despertar será el tuyo! “Y en el Hades
alzó sus ojos, estando en tormentos;” y clamó por una gota de agua, pero le
fue negada.
“EL QUE
CREYERE EN EL SEÑOR JESUCRISTO Y FUERE BAUTIZADO, SERÁ SALVO;
MAS EL QUE
NO CREYERE, SERÁ CONDENADO.” ESTE ES EL EVANGELIO.
CREE EN EL
SEÑOR JESÚS, Y ENTONCES
“OS
ALEGRARÉIS CON GOZO INEFABLE Y GLORIOSO.”
“Al tercer año de su reinado envió sus príncipes
Ben-hail, Abdías, Zacarías,
Natanael y Micaías, para que
enseñasen en las ciudades de Judá;”
(2 Crónicas 17:7)
Refeccionando
en Lerma por:
Pr. Víctor
R. Preciado Balderrama
Buen
día les invito con mucho respeto a visitar el BLOGSPOT que Dios me ha regalado
y que, con mucho amor he puesto algunos estudios que Dios me ha regalado en
revelación, Efesios 3:8.
viclaly5757.blogspot.com
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