LA UNION DEL ESPIRITU SANTO
"Para que sean confortados sus corazones, unidos en amor, y en
todas riquezas de cumplido entendimiento para conocer el misterio de Dios, y
del Padre, y de Cristo, en el cual están escondidos todos los tesoros de
sabiduría y conocimiento. Y esto os digo para que nadie os engañe con palabras
persuasivas" (Col. 2:2 4).
Hace ya cerca
de 20 siglos que el apóstol de los Gentiles, Pablo, con la autoridad doctrinal
que le fue conferida por el Señor, declara "el misterio de Dios, y
del Padre, y de Cristo" en sus cartas a las iglesias. Hasta este
día los que por voluntad de Dios tuviéremos de recibir revelación sobre este
supremo misterio, podemos también ser participantes con el apóstol precisamente
de esos "tesoros escondidos de sabiduría y conocimiento"
a que él se refiere.
Después de transcurridos más
de 21 siglos, en vez de que el misterio esté hoy más claro en las mentes del
profesante cristianismo, por lo contrario está más confuso. Y la razón para que
prevalezca tal confusión es que desde los primeros años de la edad de la
Iglesia, el enemigo usó a los "indoctos e inconstantes"
para que "torcieran las Escrituras" (2 Ped. 3:16). Así
que desde aquellos primeros siglos se inició la confusión, estableciéndose
"oficialmente" para el siglo 4to. una interpretación errónea de la
Divinidad conocida hasta hoy como "La Trinidad".
La doctrina de "La
Santísima Trinidad" sostiene que ciertamente Dios es Uno, pero lo dividen
en "Tres Personas" enseñando que el Padre es la Primera Persona, el
Hijo es la Segunda Persona, y el Espíritu Santo la Tercera Persona. Declaran
hasta hoy los seguidores de esta interpretación errónea que las Tres Personas
en la Deidad no son realmente Tres Dioses, sino que son "Tres Personas
distintas y un solo Dios verdadero". Después de todos los siglos que tiene
de edad esta absurda interpretación, sus mayores promotores confiesan que ellos
mismos no entienden cómo puede ser tal cosa de que Dios es Tres, pero a la vez
es Uno. Y al no encontrar una explicación satisfactoria para este razonamiento,
se amparan diciendo que precisamente por eso San Pablo lo llama un misterio.
Porque según ellos es un misterio que nadie puede entender.
Un misterio que solamente Dios
entiende como está. Pero con todo lo irrazonable y lo absurdo de éste y otros
razona-miento, los promotores de la falsa doctrina de la Trinidad la defienden
con una tenacidad admirable. No se avergüenzan de proclamarla por todos los
medios a su alcance, antes se glorían en ella basados en el hecho de que esta
enseñanza es aceptada y creída hasta hoy por una inmensa mayoría entre el
cristianismo. Mas gracias al Señor que este "grande misterio"
(1 Tim. 3:16) no es algo de que se nos habla en la Palabra de Dios para que
permanezca oculto, mas para ser revelado por Dios mismo a quienes a Él le
place. Porque ciertamente no es posible poder entenderlo con nuestra capacidad
humana, con nuestra intelectualidad, o con estudio únicamente.
Invariablemente tiene que ser
por revelación Divina. Por lo tanto, si los creyentes en la Trinidad se
esfuerzan para anunciar y sostener esta enseñanza que es contraria a lo
declarado en la Palabra del Señor, los que por misericordia de Dios hemos
recibido revelación sobre el misterio con más razón, y aun con mayor tenacidad,
debemos de anunciar y sostener la verdad de la Unicidad en la Divinidad. Pues
ciertamente que aun llevaríamos juicio ante el Señor "si tuviéremos
en poco una (revelación) tan grande" (Heb. 2:3),
porque tenemos una sagrada obligación de compartirla con los que nos oyeren.
Mas aquí cabe a la vez una
advertencia que es también de suma importancia, y esta es el que debemos de
tener mucho cuidada de no impartir la revelación del misterio aludido para
enjuiciar, y mucho menos para condenar a los cristianos que no entendieren. Tengamos
siempre presente que la revelación tiene que venir de Dios, y recordar que
ninguno de los que la hemos recibido ha sido por nuestros méritos o por nuestra
capacidad, más sola y únicamente por misericordia de Dios. San Pedro nos
advierte que debemos estar "siempre aparejados para responder con
mansedumbre y reverencie a cada uno que os demande razón de la esperanza
(y también de la revelación) que hay en nosotros" (1
Ped. 3:15).
Enfatizo esta advertencia
porque me consta que han sido y aun son muchos los que en vez de compartir con
el amor del Señor esta verdad con los que no la entendieren, usan el grado de
revelación que profesaren tener para insultar, golpear, y aun condenar. De
cierto que con esa manera de "compartí" la revelación, en vez de que
sea honrada y ensalzada la revelación de este maravilloso misterio en el sentir
del cristiano humilde y sincero que escuchare, opera lo contrario. Me consta
que son muchos los creyentes Trinita- rios que han sido víctimas de esta
negativa actuación, y que por lo tanto han cerrado sus oídos a toda
explicación. Mas cuando a estos mismos se les ha compartido "con
mansedumbre y reverencia" una explicación sobre esta maravillosa verdad,
la han recibido con todo su corazón.
El editor es testigo de lo
dicho, pues habiendo creído en mis principios en la doctrina de la Trinidad,
cuando alguien con altanería y orgullo denominacional quiso compartir conmigo
su revelación, mi corazón se cerró aun más. Solamente a su tiempo, y por
misericordia, el Dios de amor habló a mi corazón en Su Palabra y mis ojos
espirituales fueron abiertos para ver que Él es UNO.
LA HISTORIA
ANTIGUA TRAS EL MISTERIO
La revelación de este misterio
viene ciertamente "de lo Alto" (Sant. 1:16-17), pero
desde el momento en que se trata de la manifestación de Dios en carne (1 Tim.
3:16), el misterio viene envuelto con el elemento humano. Y esto ciertamente en
una forma muy directa con la humanidad de ese Pueblo que Dios escogió desde el
principio para dar a conocer al mundo Su Palabra. Con ese Pueblo del cual vino
nuestro Salvador, Jesús el Señor. Con Israel, el Pueblo Judío. Por cierto que
fue el Señor mismo quien a su vez declaró que: "la salvación viene
de los Judíos" (Juan 4:22).
Por tanto al tratar de
explicar este misterio por nuestra parte ahora, como cristianos entre los
Gentiles, nos es imperativo ir más atrás del tiempo de la Iglesia y principiar
desde sus raíces. Y estas raíces las encontramos en los Escritos del Antiguo
Testamento, y más particularmente en los Libros del Tora que son los cinco
primeros libros de la Biblia que para el estudiante cristiano se reconoce como
"El Pentateuco". Pues en el Torah, que el Pueblo Judío reconoce como
Divino por cuanto le fue dado a Israel directamente de Dios por medio de
Moisés, está la declaración que por cerca de cuatro milenios los sabios Judíos
han reconocido como el corazón de la Biblia, y ciertamente lo es: "OYE
ISRAEL, EL SEÑOR NUESTRO DIOS, EL SEÑOR UNO ES" (Deut. 6:4).
Alrededor de esta maravillosa
declaración gira no solamente todo el mensaje del Antiguo Testamento, mas el
Libro Santo en su totalidad. Alrededor de esta Suprema Verdad gira también el
universo entero. Inclusive aun los mismos demonios saben y "creen
que Dios es Uno, y tiemblan"(Sant. 2:19).
En el libro del Génesis se nos
da razón de que "en el principio crió Dios (Él, no ellos)
los cielos yla tierra" (Gén. 1:1). Y es en este reconocimiento de
la Unicidad de Dios en el que permanece hasta hoy el Pueblo Judío. Por medio de
los profetas y visionarios en Israel, el Señor mismo hace la declaración de Su
Unicidad muchas veces.
En el libro del profeta Isaías
muy particu- larmente Dios lo declara en una forma muy enfática en las
siguientes citas: Caps. 43:11 - 44:6 y 8 - 45:5, 6, 18, 21 y 22 - 46:9. Y es
por medio del "Profeta Mesiánico" por el que Dios anuncia también
varias veces Su manifestación en carne: Isa. 9:6 - 43:10- 45:14 y 15 - 53:2-12.
Es a la vez también Isaías quien mira "la imagen visible"
(Col. 1:15) del único Dios, sentado en Su trono de gloria.
De igual manera el profeta
Daniel (7:9), mira también al mismo y Único Dios, y lo describe por cierto en
la misma manera en que mira San Juan (Apoc. 1:14) a nuestro Señor Jesucristo.
En prov. 30:4, es la única parte en el Antiguo Testamento donde hay un asomo
sobre el misterio que Dios presenta en el Nuevo Testamento.
Predica en Lerma por él
Pr. Victor R. Preciado Balderrama
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